martes, 27 de noviembre de 2012

Heterónimos


Dentro de mí conviven, abocados 
a una inmensa rutina sedentaria, 
el yo que pienso y otro, el que parezco. 
Un pacto, que firmaran con los ojos, 
les conmina 
a respirarse en cierta tolerancia 
y ambos han sido absueltos 
de mencionar, siquiera, 
cuál fue la última causa 
que les diera la vida. 

Cada uno tiene ya su enclave exacto: 
el yo que pienso 
habita, día y noche, 
la intimidad de estas cuatro paredes. 
Es semejante a un niño que olvidara crecer, 
y por lo mismo 
nada en el mar de una sabia ignorancia. 
( “Acaso sea el invierno… 
es razón suficiente para explicar el cosmos“) 
Y balbucea. Ríe. 
Se pierde en los espejos. Gesticula. 
Colecciona recuerdos como si fueran conchas 
que ha enterrado el olvido. 

A veces llora, y viste el jersey gris 
de la melancolía; 
entonces toma un folio, 
donde inicia el galope un sentimiento 
y se hace reo de pertinaz tristeza, 
hasta que traspapela la mirada 
y descubre, cansado 
que afuera cae la lluvia 
y mojan su perfil 
unas livianas gotas de mi nube. 

El que parezco 
está en la calle de continuo. 
Todos le conocéis 
pues con todos comparte ese pan y esta sal 
que, bajo el brazo, trae la vida; 
las cotidianas dosis 
de angustia existencial, trabajo y ruido. 
Con él tropiezo, 
una tarde cualquiera, 
al doblar una esquina, 
y tras justificarme torpemente: 
“hallé la puerta abierta 
y me aburría…” 
me despido gozoso y luego marcho 
-el paso lento, sepultadas las manos 
en los amplios bolsillos del vaquero- 
a ver, sin más, el mundo por mis ojos. 


Jose Luis Morante

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